miércoles, 23 de octubre de 2013

las condiciones materiales para la transformación del mono en hombre

“El trabajo es la fuente de toda la riqueza, afirman los especialistas en economía política” no dice Engels, “Pero es muchísimo más que eso. Es fundamental y primera condición de toda existencia humana, y ello en tal medida que, en cierto sentido, debemos decir que el trabajo creó al hombre”. En realidad la antropología moderna ha confirmado esta tesis fundamental para el materialismo histórico: el trabajo y la fabricación de herramientas nos transformó en humanos, tal como se ven obligados a aceptar, no sin cierta precaución, antropólogos que no pueden ser acusados de ser marxistas: “el género homo es el primero en sufrir una serie de transformaciones que probablemente se originaron con la construcción de estas herramientas líticas: expansión del cerebro, modificación de la pelvis femenina para acomodar fetos con mayor cerebro y reducción del tamaño de los dientes, rostro y mandíbulas”(3). Sin embargo, en el reino animal el hombre no es el único ser que fabrica herramientas, una amplia gama de seres vivos las fabrican, incluso –aunque parezca increíble- algunos insectos llegan a fabricarlas: “la avispa Amophila urnaria aplana los laterales de su nido con una piedrecita sujeta entre las mandíbulas. Las larvas de hormiga león se colocan semienterradas en el fondo de sus trampas en forma de embudo; con un movimiento brusco de la cabeza envían una lluvia de arena contra los pobres bichos que tratan de huir por la empinada pared. Las hormigas Myrmicene mojan pedacitos de madera y hojas en alimentos viscosos, como miel, pulpa de frutas y fluidos orgánicos de presas, esperan que las sustancias se adhieran o empapen la madera y regresan con ella al hormiguero”(4).

Entonces, ¿Cuál es la diferencia entre el trabajo de los insectos y el trabajo humano?, ¿porqué la nutria no se transformó en algo parecido al hombre si ella utiliza una roca como herramienta para abrir ostras?. La gran diferencia es que los animales fabrican herramientas porque están condicionados genéticamente para hacerlas, no pueden elegir actuar de otra manera ni pueden adquirir nuevos conocimientos y heredarlos mediante el aprendizaje a su descendencia; la avispa tiene un gen para fabricar  su curiosa herramienta de la misma manera en que tiene un gen para tener alas. Mientras que en el hombre (y en mucho menor medida nuestro primo el chimpancé) las fabricación de herramientas se convierte en un proceso cultural que no se hereda genéticamente sino que se aprende, evoluciona y se transforma progresivamente subordinando a la naturaleza, los instintos y los genes. La fabricación de herramientas crea historia y transforma física y socialmente al hombre mientras que la nutria no se ha transformado, ni se transformará en un ser más inteligente por el hecho de romper ostras con una piedra; en la nutria esa actividad no marca un salto cualitativo fundamentalmente porque no forma parte esencial de su modo de sobrevivir. La fabricación de herramientas por el hombre, dadas las características estructurales de la mano humana y su carácter social, implica y genera una capacidad de abstracción, previsión y generalización que no necesita la nutria ni mucho menos la avispa para hacer sus herramientas; tampoco esta en condiciones de generar ese potencial. Incluso la fabricación de herramientas por un chimpancé es cualitativamente superior a la de la nutria, el chimpancé aprende y no esta condicionado genéticamente para hacerlas, incluso encontramos variantes “culturales” de fabricación de herramientas entre chimpancés de diferentes regiones; algunos chimpancés, por ejemplo, son capaces de utilizar una rama sin hojas para capturar termitas, utilizan hojarasca como espoja para beber agua; tienen una cultura muy rudimentaria (algunos simios tienen la tradición de limpiar su alimento con el agua de mar). Incluso aquí encontramos una diferencia cualitativa entre el simio y el hombre; los simios no tienen necesidad de fabricar herramientas de manera habitual para sobrevivir porque, en condiciones normales, pueden obtener todo lo que requieren directamente de su entorno natural; sólo en condiciones límite y de una manera muy rudimentaria nuestros primos fabrican herramientas. Por el contrario la fabricación de herramientas por el hombre es una actividad esencial sin la cual el ser humano no podría sobrevivir; esta actividad es el factor que, en última instancia, determina su evolución histórica e incluso su transformación física. ¡Por ello ningún chimpancé ha generado la capacidad de escribir poesía, esculpir El David de Miguel Ángel ni tener la capacidad lingüística de los seres humanos¡.

El comportamiento de los chimpancés resulta relevante porque nos da  una idea del punto de partida de la evolución humana. La prueba de que no se requiere más que e cerebro de un chimpancé y encontrarse en una situación límite para dar muestras de ingenió que superarían la inteligencia de George Bush o la de algunos diputados la proporcionaron unos chimpancés de un parque cercano a Atlanta quienes “partieron grandes palos y los introdujeron en las grietas de una cerca de 6 metros. Luego subieron por ellos, como los montañeros por la clavijas cuando escalan una pared, y huyeron por arriba (…) Mi ejemplo favorito” dice Marvin Harris “es el de los chimpancés que desarrollaron el hábito de alumbrarse la cavidad bucal mediante una linterna para limpiarse los dientes y la garganta con los dedos, mirándose en un espejo”(5). Estos ejemplos asombrosos dan una idea de las proezas, en cuanto a fabricación de herramientas, que pudieron lograr los australopithecus dotados con el cerebro de un chimpancé y situados en un contexto que los obligaba a fabricar herramientas. Lamentablemente para los chimpancés no contaron con la motivación evolutiva que les permitiera salir del reino animal. “el repertorio, relativamente breve, de conductas tecnológicas observadas en estado natural no refleja falta de inteligencia, sino falta de motivación. En estado natural, normalmente, son capaces de satisfacer las necesidades cotidianas de un modo eficaz, desde el punto de vista coste-beneficio, utilizando los recursos físicos con los que les ha dotado la naturaleza”(6).  

El primer homínido conocido (el Australopitecus Aferensis) del que se  tiene seguridad que fue completamente bípedo –el ardipithecus ramidus (4,4 millones de años) representa a una especie anterior que pudo haber sido la primer especie homídida- seguramente fabricó hace 4 millones de años herramientas rudimentarias (si bien ninguna que pudiera ser preservada y estudiada por los antropólogos) de la misma forma que el chimpancé. Pero había una pequeña gran diferencia entre los chimpancés y los autralopitecus: los Australopitecinos: caminaban en dos píes. La evidencia al respecto no sólo proviene de su estructura pélvica que no deja lugar a dudas sino de un conmovedor conjunto de huellas preservadas por la ceniza volcánica, tan antiguas como 3.5 a 8 millones de años, descubiertas en 1976 en Laetoli Tanzania. Se trata de “(..) unas 70 o más huellas continuas de dos individuos, en una distancia de unos 6 metros. La evidencia más larga tiene cerca de 30 huellas de individuos caminando sobre sus dos pies, con una postura y balance claramente humanos. Una segunda huella es la de un individuo más pequeño que sigue las huellas del primero. Las huellas parecen humanas por presentar un arco bien definido, con la ausencia del pulgar divergente, característico de los grandes simios”(7)

Estos homínidos contaban con el potencial físico para la fabricación de herramientas, ¡el cerebro de un chimpancé y la posición erecta era todo lo que se necesitaba¡. A diferencia de los chimpancés, nuestros ancestros Australopitecinos, estaban en un contexto ecológico que los situaba en situación límite y que obligaba a realizar ese potencial y fabricar herramientas con mucha más frecuencia que los chimpancés: los bosques retrocedían y las sabanas avanzaban; en este contexto tanto el bipedalismo como la fabricación de herramientas, estrechamente vinculados, representaban una ventaja evolutiva para aprovechar recursos alimenticios que se encontraban en la tierra, transportar primitivas herramientas de madera y rocas para moler semillas, transportarse a grandes distancias en espacios abiertos y detectar a potenciales depredadores de manera similar a como lo hacen actualmente los suricatos en África y quizá para regular la temperatura corporal al limitar la superficie expuesta al sol y hacer más eficiente la sudoración corporal. Las causas se convirtieron en efectos y los efectos en causas: la posición erguida liberó la mano y facilitó la fabricación regular de herramientas y con la fabricación de herramientas se fue desarrollando la posición erguida; la diferencia entre manos y pies; la reducción de tamaño de dientes rostro y mandíbulas y sobre todo las tendencias hacia el crecimiento del cerebro, junto con la concomitante transformación de la pelvis, en una muestras asombrosa de que al fabricar no fabricábamos nosotros mismos: Engels ya había subrayado las implicaciones revolucionarias de la posición erecta cuando señala que “la acción de trepar asigna distintas funciones a las manos y los pies, y cuando su modo de vida implica la locomoción en suelo llano, estos monos olvidaron poco a poco la costumbre de usar la manos para caminar y adoptaron una postura cada vez más erguida. Este fue el paso decisivo de la transformación del mono en hombre”.

La mano así liberada se transformó así misma al mismo tiempo que modificaba su entorno y al propio Australopithecus creando el instrumento de producción más increíble sobre la faz de la tierra: la mano humana. “Así pues” nos señala Engels en una pasaje clásico que conserva todo su valor después de más de 100 años de haber sido escrito “la mano no es sólo el órgano del trabajo, sino también el producto del trabajo. El trabajo, adaptación a operaciones siempre renovadas, herencia de músculos, ligamentos y, a lo largo de prolongados periodos, huesos que pasaron por un desarrollo especial y el siempre renovado empleo de ese refinamiento heredado en operaciones nuevas, cada vez más complicadas, otorgaron a la mano humana el alto grado de perfección necesario para crear  los cuadros de un Rafael, las estatuas de Thorwaldsen, la música de un paganini”(8). Pero no sólo la mano es el producto del trabajo, sino, lo más asombroso, el órgano que representa a la materia más altamente organizada en el universo conocido, la materia que ha cobrado conciencia de sí misma: el asombroso cerebro humano. 

Resultó una sorpresa cuando los antropólogos descubrieron que los Australophitecus tuvieron el cerebro de un chimpancé (alrededor de 415 cc), ¡en realidad eran poco más que chimpancés erectos¡. “Sabemos por medio del registro de fósiles  que otros cambios físicos importantes como la ampliación del tamaño del cerebro, la modificación de la pelvis femenina para permitir el alumbramiento de crías con mayor cerebro y la reducción de la cara, dientes y mandíbulas no se produjeron hasta hace unos dos millones de años, tras la aparición del bipedalismo. También pueden haberse producido en esa época otras características humanas, como el aumento del tiempo de dependencia de las crías jóvenes  respecto de sus padres y el aumento de la ingesta de carne en la dieta habitual.”(9). Desde el punto de vista materialista, sin embargo, esto es perfectamente lógico y expresa lo que es propio de la humanidad y lo que explica su surgimiento. Representa una confirmación brillante del materialismo filosófico porque refuta la tesis idealista según la cual la esencia del hombre y el motor principal en su surgimiento están en el pensamiento; más bien al contrario lo que nos transformó en humanos y lo que es específico del hombre se encuentra en la capacidad de transformar el medio, transformación que se torna conciente conforme los homínidos se van transformando a sí mismos –en vinculación con el medio y las leyes de la selección natural- en hombres. No obstante conforme la presión evolutiva, determinada por la fabricación de herramientas, impulsaba el crecimiento del cerebro la relación dialéctica entre el homínido y al medio ambiente comenzaba a convertirse en su contrario. Con el género Homo presenciamos el comienzo de la dominación de la naturaleza por el hombre y la supremacía de la cultura, y no las leyes biológicas, para explicar el desarrollo humano. Es verdad lo que explicaba Engels hace más de 150 años: ¡el trabajo convirtió al mono en hombre¡.

A pesar de éste comportamiento sin parangón en el reino animal nuestros ancestros australopithecinos estaban sometidos aún como cualquier animal a la naturaleza y a las leyes de la evolución biológica, los gérmenes existentes de comportamiento cultural estaban subsumidos casi completamente a la biología. Los cambios y el surgimiento de los primeros homínidos –hasta el surgimiento del genero homo y específicamente al Homo sapiens- estaban determinados por la dialéctica de las leyes de Darwin y no las de Marx. No obstante lo que no sabían ni podían saber nuestros viejos antecesores es que al fabricar herramientas se transformarían radicalmente en algo muy diferente y crearían algo desconocido hasta entonces: cultura y el inicio de la maravillosa senda humana. Pero nos estamos adelantando demasiado. Con los Australopithecinos aún estamos muy lejos del dominio de la naturaleza. La prueba de ello es que “su desaparición se ha atribuido a la crisis climática que se inició hace unos 2,8 millones de años y que condujo a una desertificación de la sabana con la consiguiente expansión de los ecosistemas abiertos, esteparios”

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