miércoles, 23 de octubre de 2013

La Prehistoria (Perspectiva Materialista)

Sin duda uno de los procesos más impresionantes del universo es la transformación de la materia inorgánica en vida, de vida en conciencia; pero sobre todo las condiciones materiales para la transformación de la conciencia animal en pensamiento humano y la relación de éste con la transformación social del medio natural en cultura humana y, llegados a un punto crítico: el surgimiento de la  civilización y su inseparable compañero: los antagonismos de clase.

Hoy,  gracias al desarrollo de la ciencia, vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas impulsadas por el desarrollo del capitalismo, tenemos ya un bosquejo general de ese increíble y apasionante proceso. Por sí mismo los resultados de la ciencia constituyen una confirmación de la visión materialista del mundo. Si bien la ciencia nos proporciona, en éste terreno como en otros, la materia prima para el pensamiento con una gran cantidad de descubrimiento que involucran disciplinas como la biología, la genética, la antropología, la arqueología, etc; a la filosofía le queda la tarea de la interpretación, la deducción de leyes del desarrollo y la extracción de conclusiones generales. Sin duda la ciencia sin filosofía se torna ciega y la filosofía sin ciencia se vuelve metafísica.

El materialismo dialéctico es el método del marxismo, representa una concepción general del mundo que afirma que el universo, la sociedad y su reflejo: el pensamiento se encuentran en un proceso interminable de cambio a través de saltos bruscos y repentinos por medio de contradicciones, desarrollando una tendencia general hacia la complejidad progresiva. El materialismo  histórico no es más que la aplicación del pensamiento dialéctico al estudio de la historia. La tesis fundamental del materialismo histórico la explica Marx en su célebre pasaje de la Introducción a la Crítica de la Economía Política diciendo que “en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forman la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la estructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina sus ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella”(1).  El objeto de estudio del “Materialismo histórico” es, pues, la historia humana desde el punto de vista de sus leyes inmanentes.

De acuerdo con esta concepción de la historia la explicación del proceso histórico se encuentra en la producción y reproducción de la vida, reproducción basada, por un lado, en la reproducción sexual de la especie y, por el otro, en la producción de los medios de vida por medio de la producción de herramientas. Para que el ser humano pueda estar en condiciones de hacer historia primero debe estar en condiciones de poder vivir; para vivir necesita alimentarse, vestirse y producirse las herramientas necesarias para ello; pero el hombre no es un ser abstracto y genérico sino que es un ser concreto y social que al producir su vida establece relaciones de producción determinadas por el grado de evolución de sus fuerzas productivas. Así por ejemplo los instrumentos de “la edad de piedra”, determinan relaciones sociales igualitarias en virtud de la limitada productividad del trabajo humano y la naturaleza de su producto. La invención de la agricultura y la ganadería determinan un cambio en las relaciones sociales y la división social del trabajo (surgimiento de las clases sociales) en virtud de la producción de un excedente por encima de las necesidades básicas. El surgimiento de la agricultura intensiva por medio de sistemas de regadío determinan el surgimiento de lo que Marx llamaba “despotismo asiático” en virtud del cual una casta privilegiada por medio de un estado centralizado reclutaba a un ejército de hombres en la construcción de empresas estatales. En ciertas condiciones la existencia de estamentos privilegiados decantaba en el surgimiento de la esclavitud como modo de producción dominante (la existencia de condiciones privilegiadas para el comercio marítimo en el Mediterráneo posibilitaron el que la mano de obra esclava fuera una mercancía abundante que se volviera una relación social predominante en estados como el Fenicio, Griego y Romano). La extensión de la producción agrícola (más extensivas que intensivas) a niveles sin precedentes durante el periodo romano determinó las condiciones para el surgimiento del feudalismo: la existencia de señores feudales y ciervos atados a la tierra y obligado a  pagar tributo. La circunnavegación de África y el descubrimiento de América dio un impulso al comercio desarrollando las ciudades y una nueva clase social que basaba su poder en nuevas fuerzas productivas –burguesía- ( proceso que parte desde los gremios feudales y su estructura artesanal, hasta la manufactura y la gran industria moderna). En cada uno de estos casos observamos una revolución en las relaciones de producción en función del desarrollo de la ciencia y la técnica. Ésta base material de la sociedad determina la superestructura ideológica e institucional de la sociedad (Estado e ideología). La ciencia va evolucionando dentro de la estructura de ciertas relaciones de producción y de ciertos reflejos ideológicos y instituciones encargadas de mantener el status quo (un sistema socioeconómico dado), el desarrollo gradual de las fuerzas productivas llega a un punto crítico en el cual dicho desarrollo entra en contradicción con las relaciones de producción, la ideología dominante y las instituciones vigentes; entonces surge un periodo de revolución social que determina el surgimiento de nuevas ideas que indican el preludio de un nuevo y más progresivo modo de producción en donde se ponen a tono la superestructura con las fuerzas productivas.  La revolución neolítica, el surgimiento de las primeras civilizaciones, el colapso del imperio romano, la Revolución Francesa, etc; son la expresión de que las relaciones sociales anteriores habían entrado en contradicción con el desarrollo de las fuerzas productivas, esa contradicción es resuelta por medio de una serie de revoluciones sociales que ponen más o menos en armonía las relaciones sociales, la superestructura institucional y la ideología (que había germinado en el seno de la ideología anterior ahora caduca) con dichas fuerzas productivas.

De hecho, de manera implícita o explícita, esta es la forma en que la antropología moderna se aproxima al desarrollo histórico que va del mono al hombre. Incluso aunque el antropólogo tenga una concepción idealista o postmoderna de la historia (Boasianos o particularistas históricos) opera el 90% de los casos con una clasificación de la historia que se basa en una concepción materialista de ésta.  De manera muy simplificada, con el objetivo de poner de relieve la óptica correcta del marxismo, podemos decir que la historia del surgimiento humano se comprende en relación con las revoluciones tecnológicas que transforman al mono en hombre. Desde hace unos 6 millones de años, cuando aparece el Australopithecus, hasta hace unos dos millones de años dominan las leyes de la biología para explicar el comportamiento y la vida de estos ancestros nuestros, sin embargo, su transformación hacia la ruta humana se debe, fundamentalmente, a la fabricación de herramientas posibilitadas por la liberación de la mano y la postura bípeda; el género homo se define por su relativa independencia de pautas biológicas a favor de patrones culturales determinados por la base material de producción, especialmente por su capacidad de fabricar herramientas específicas; el primer paso que nos separa del reino animal se dio con las primeras herramientas de piedra (conocidas como técnica olduvaiense) que fueron legadas por el homo habilis hace unos dos millones de años; la interacción entre el hombre y sus fuerzas productivas, por un lado, y la naturaleza cambiante por el otro, nos lleva, con el homo erectus y el homo ergaster, al siguiente salto hace poco más de un millón de años con una tecnología superior (tecnología acheliense) y con la domesticación del fuego; hasta este punto lo más probable es que las fuerzas productivas obligaran a estos hombres prehistóricos a ser carroñeros más que cazadores constituyendo el periodo histórico conocido como paleolítico inferior o fase inferior del salvajismo; las mismas contradicciones que nos llevan del habilis al erectus nos llevan del erectus al los sapiens-arcáicos, especialmente al neandertal (hace unos 300 mil años), los cuales con una tecnología superior (conocida como técnica levalloisiense o musteriense) comienzan a demostrar una capacidad de simbolización y abstracción propiamente humanos y, específicamente con los neandertales, la capacidad de conquistar los climas helados de la última glaciación y a la caza de presas mayores como los enormes mamuts, abriendo el paleolítico medio o fase media del salvajismo; el final de la glaciación (fin del pleistoceno) somete a prueba a estor protohumanos de los cuales surge triunfante el sapiens-sapiens que ya había surgido y cohabitado con las sapiens arcáicos hace más de 100 mil años demostrando una capacidad de adaptación tecnológica con la que no contaban las otras especies humanas. Es nuestra propia especie la que da el gran salto cultural hace unos 40 mil años durante el apogeo del comunismo primitivo y con el surgimiento de una diversidad tecnológica sin precedentes que muestra todo el potencial del modo de producción comunista de la edad de piedra significando el paleolítico superior o fase superior del salvajismo; esplendor bruscamente interrumpido, hace unos 13 mil años, por el corto periodo mesolítico que prepara finalmente a la trascendental revolución neolítica hace unos 12 mil años donde entramos al periodo conocido como barbarie.      

El surgimiento de las clases sociales y, posteriormente, el estado (fenómeno conocido como civilización) nos muestra, por otro lado, un punto de inflexión decisivo impulsado por primera vez hace unos 12 mil años fundamentalmente por con la llamada “revolución neolítica” o el surgimiento de la agricultura y la ganadería. Éste salto brusco en la historia nos muestra de manera muy clara y diáfana el papel del desarrollo de las fuerzas productivas en la transformación de las relaciones sociales y del conjunto de la superestructura social; representa una de las confirmaciones más espectaculares de las ideas fundamentales del materialismo histórico. Este salto resulta clave pues se puede estudiar de una forma “químicamente pura” el surgimiento de las clases sociales con todas sus repercusiones en todos los aspectos de la cultura; proceso que comienza con el surgimiento de jefaturas y termina, hace unos 6 mil anos, con el surgimiento de un monstruo llamado estado, y con éste nace la escritura, la arquitectura, la filosofía, la astronomía, la religión y el papel que en todo ello jugó el desarrollo de las fuerzas productivas. En suma la historia del proceso que nos lleva del mono al hombre resulta un proceso dialéctico: un desarrollo en espiral lleno de tensiones o contradicciones que son superadas dolorosamente con nuevas revoluciones, que presenta una gráfica que tiene ascensos bruscos que superan cambios acumulativos así como caídas abruptas y, sin embargo, presenta una tendencia general hacia un aumento progresivo del control de hombre frente a la naturaleza y cuya constante es la transformación gradual interrumpida por asombrosas revoluciones; proceso que ratifica de una manera asombrosa las tesis centrales del materialismo histórico.

Con esta perspectiva resulta apasionante determinar el salto dialéctico en donde las leyes de la evolución biológica quedan subsumidas por las leyes de la evolución histórica, es decir, el punto crítico en donde se puede legítimamente hablar de historia humana en lugar de evolución natural. La historia humana – si bien convencionalmente se divide a la historia en periodo prehistórico e histórico, es claro que aquí nos referimos a historia en el sentido amplio- existe desde que los homínidos fueron capaces de transformar de manera más o menos conciente su propio entorno y con ello transformarse a sí mismos y sus relaciones sociales (creando cultura, lenguaje, arte, eventualmente instituciones estatales, etc)(2); la fabricación de herramientas, la transformación social del hombre en conjunto son sus herramientas (conjunto llamado fuerzas productivas) constituye la clave de la historia humana porque es el factor decisivo que nos diferencia del resto del reino animal y nos sitúa en el terreno de la sociedad humana: una realidad cambiante que no depende de las leyes de la biología sino de las leyes objetivas de la historia; leyes descubiertas por Marx y Engels. Si bien es cierto que sería absurdo estudiar mediante el materialismo histórico a los primeros homínidos (los “Australopitecinos”), en el estudio su surgimiento y desarrollo dialécticos se encuentran las claves de la presión evolutiva hacia el crecimiento del cerebro y la ruta que nos lleva del “mono” al hombre; los elementos que nos conducen, pues, de la evolución biológica a la historia humana se encuentran en germen en éstos antepasados de cerca de 6 millones de años de antigüedad, en ellos se encuentran las claves del surgimiento de la historia (objeto del materialismo histórico): la locomoción bípeda y una mano estructuralmente capaz de fabricar herramientas.

Este estudio nos dará elementos para determinar la “esencia” del ser humano o su propia especificidad confirmando la óptica marxista del tema. Nuestra esencia esta en la capacidad de transformar socialmente nuestro entorno, nuestras relaciones sociales y a nosotros mismos por medio del desarrollo de herramientas, en supeditar a la naturaleza a nuestras propias relaciones sociales objetivas que reflejan el desarrollo de la fuerzas productivas, un desarrollo que no depende esencialmente de la subjetividad humana, sino que, al contrario, refleja e interactúa dialécticamente con su base material. Se trata de una esencia cambiante, histórica, concreta. No existe una esencia metafísica, inmutable, separada de el desenvolvimiento histórico humano; paradójica y dialécticamente la esencia humana permanece cambiando, su esencia esta en el cambio o más precisamente en la transformación del medio por el hombre, por medio de la creación y transformación de ciencia y tecnología y gracias e ello la transformación del hombre en sus relaciones sociales, física e intelectualmente.

Este estudio mostrará la pertinencia y la vigencia del marxismo y sus principales categorías en el análisis del surgimiento de la humanidad y la civilización. Se trata del estudio de un proceso que involucra la validez de los aspectos fundamentales del marxismo tanto en lo que respecta a su base filosófica (materialismo dialéctico) como a muchos de las derivaciones de su aplicación a la historia (materialismo histórico) como es la teoría de la lucha de clases, el significado y el papel del estado, la relativa dependencia de la superestructura con respecto a su base (infraestructura); así como a lo que el mismo surgimiento de la humanidad nos tiene que decir, a la luz de la teoría marxista, con respecto a la esencia misma del hombre, su peculiaridad y lo que todo ello nos sugiere con respecto a los males y las esperanzas de nuestro tiempo y las expectativas de un mundo mejor.

¿Existe progreso en la historia?

El estudio de la hominización, el surgimiento de las clases sociales y la civilización pone en evidencia que la historia no es un proceso azaroso o caprichoso, sino que tiene leyes que determinan su desarrollo, que determinados resultados son más posibles que otros tomando en cuenta la producción material de la vida y que condiciones productivas similares dan como resultado estructuras sociales, instituciones e ideologías similares. Y dialécticamente cada fenómeno convergente (por ejemplo la existencia de sociedades de despotismo asiático que se refleja en la construcción de pirámides en sociedades sin ningún tipo de contacto) tiene sus propias peculiaridades. En otras palabras la historia es un proceso convergente y divergente al mismo tiempo pero tanto la divergencia como la convergencia pueden ser comprendidas de manera científica si somos capaces de descubrir los procesos materiales que las determinan.  Al mismo tiempo la sucesión de diferentes modos de producción que se condicionan dialécticamente expresa un desarrollo progresivo en cuanto a la productividad del trabajo y el desarrollo de la ciencia y la técnica.

La idea de que existen sociedades más progresivas que otras encuentra resistencia entre la escuela del particularismo histórico y la tendencia relativista del “pluriculturalismo”, se afirma que toda cultura es tan valiosa como cualquier otra y que es imposible, además de retrógrado, hablar de superioridad de las culturas. Afirmar que una cultura es más elevada que otra es menospreciar la cultura, etnocentrismo, ignorar la diversidad cultural y favorece la opresión y desaparición de culturas diferentes a la nuestra. Sin embargo estas objeciones se basan en un malentendido (basado en una profunda diferencia de metodología) cuando se orientan contra la visión marxista de la historia.

Los marxistas no estudiamos a la historia desde un punto de vista sentimental o de aprecio abstracto. Podemos compartir con el “multiculturalismo” la opinión de que toda cultura, cada pueblo tiene elementos valiosos sin negar el hecho de que existe un desarrollo progresivo de la historia. Nuestra valoración de las culturas humanas no es abstracto como en el caso de los multiculturalistas porque, a diferencia de éstos, nosotros sabemos que la cultura de cada sociedad determinada está muy lejos de ser homogénea y que, por el contrario, se encuentra dividida por contradicciones que reflejan intereses de clase, que la cultura dominante, aún cuando contenga elementos valiosos que se heredan a sistemas socioeconómicos más progresivos, es la cultura de la clase dominante.   Compartimos la preocupación por la opresión y el etnocidio que produce la sociedad contemporánea –el marxismo tiene como objetivo la emancipación de los trabajadores-; pero comprendemos que la opresión y la desaparición de las culturas ancestrales se basa en la naturaleza misma del capitalismo y que la solución de éste problema está en la lucha contra el modo de producción capitalista y la lucha por el socialismo: un modo de producción que posibilitaría la autodeterminación de los pueblos y la preservación y cultivo de los elementos valiosos de la cultura universal. Lamentablemente los “multiculturalistas”, ni mucho menos los boasianos (cuya teoría desarrollada por Franz Boas nació como reacción contra la teoría marxista de la historia), ven la vinculación entre la autodeterminación de los pueblos con la lucha por el socialismo. Tanto el multiculturalismo como el particularismo histórico son teorías que tienen como consecuencia práctica la imposibilidad de comprender de manera científica a la historia y, consecuentemente, no están en posibilidad de ofrecer una alternativa. En verdad los pueblos oprimidos no ganan en autodeterminación ni un milímetro por el hecho de que en las academias se afirme la diversidad abstracta de las culturas; incluso esa diversidad que los multiculturalistas defienden incluye la “diversidad” de clase, disfraza la explotación bajo la máscara de la diversidad y la tolerancia; no se trata más que de una vacua abstracción que intenta ocultar la opresión concreta y que los oprimidos sean tolerantes con la explotación. El “particularismo histórico” de Boas y Margaret Mead confiesa explícitamente la imposibilidad de encontrar leyes históricas dejando en su lugar la recopilación, muchas veces valiosa, pero por sí misma estéril y siempre ocultando premisas teóricas que determinan la recopilación de hechos.

¿En donde radica el factor determinante que nos permite hablar de progreso en la historia?. Si nosotros tratamos de avaluar el progreso en términos morales o subjetivos no saldríamos de la arbitrariedad y los gustos y prejuicios del intérprete; esta vía justificaría plenamente la posición relativista y abstracta de los multiculturalistas. Si comparáramos desde el punto de vista de la moral abstracta a las sociedades pre-estatales, como los bosquimanos, con la moderna sociedad capitalista, ésta última no saldría muy bien parada; mientras que probablemente nos inclinaríamos por la libertad, la igualdad y la fraternidad si comparáramos estos valores abstractos de la revolución francesa con la moral monástica del feudalismo (un monje quizá opinaría diferente). Con este criterio no iríamos más allá de las frases de catecismo y la historia moralizante. Si evaluáramos el progreso historia desde el punto de vista de los logros estéticos habría tantas opiniones como gustos tenga el observador: qué es más valioso ¿la pinturas rupestres de Francia y España o la pintura bizantina del Medievo?, ¿la estructuras megalíticas de Stoneheinge o la pirámides de Egipto?. A su manera todos estos logros estéticos y arquitectónicos marcan cumbres en la capacidad estética del ser humano.

No obstante, la cosa cambia si evaluamos el progreso en términos materialistas, es decir, desde el punto de vista del control, que un modo de producción determinado, da a los hombres sobre la naturaleza; es decir, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas y la capacidad de estas para desarrollar la productividad del trabajo; este criterio no es arbitrario porque refleja lo específicamente humano: la producción de su vida por medio del trabajo y la producción de herramientas. Desde éste punto de vista es claro que el capitalismo, a pesar de su moral individualista y egoísta, es infinitamente superior al comunismo primitivo en sus fuerza productivas y por tanto, en la productividad del trabajo humano. La superioridad de un modo de producción con respecto a otro se refleja en el aumento absoluto de la población, en la progresiva división del trabajo, en la agricultura intensiva, en el desarrollo del comercio, en la extensión e intensidad de la producción. Ello se refleja en términos ideológicos en fenómenos como el surgimiento de nuevas ramas del saber: en el surgimiento de la filosofía y la ciencia, en el surgimiento de la religión a partir del pensamiento mágico, en el surgimiento de la ciencia a partir de la religión. En última instancia la sucesión de diversos modos de producción hasta llegar al modo de producción capitalista prepara las fuerzas productivas que posibilitan las condiciones materiales para la abolición de la sociedad de clases, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la instauración de una sociedad sin clases basado en la superabundancia. Será un regreso al comunismo primitivo sobre bases infinitamente superiores.  Al mismo tiempo que cada modo de producción describe un desarrollo progresivo sobre en el control de los hombres sobre la naturaleza este progreso está lejos de ser lineal e incluso homogéneo en cuanto observamos sus consecuencias en la superestructura social. Así la moral de la sociedad de clases parece una caída (y desde un cierto punto de vista lo es) de la humanidad desde el pedestal de la moral del comunismo primitivo, mientras que el conocimiento de ciertos aspecto de la naturaleza avanza con el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad de clases ( por otro lado un bosquimano observa más detalles de la naturaleza a simple vista que ni el mismo Einstein sería capaz de detectar); la filosofía griega aparece como un enorme paso adelante frente a el mito y la religión de las sociedades de “despotismo asiático”; por otro lado la situación de las masas  trabajadoras no resulta muy bien parada si la comparamos con la situación de relativa abundancia del despegue cultural de hace cuarenta mil años (apogeo del comunismo primitivo); pero dicho nivel de vida se queda corto si, a su vez, lo comparamos con la riqueza en la que vivía la clase dominante romana. En suma el progreso histórico es contradictorio y está lleno de contrastes, no obstante desde el punto de vista decisivo y fundamental del desarrollo de las fuerzas productivas el esclavismo es superior al comunismo primitivo, es feudalismo al esclavismo, el capitalismo al feudalismo y el verdadero socialismo lo será el comparación al decadente sistema capitalista.

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